Conocemos muy bien a un tipo de
delincuente que hoy en día se denomina malandro (de malandrín), o maloso. Esos son señalados por la sociedad y
reconocidos como delincuentes donde quiera que se conozca su historia.
Rechazados por la mayoría de los mexicanos, sólo son bien recibidos entre sus
familiares y entre sus pares.
Hay otro tipo de delincuentes, que son
apreciados, gozan de reconocimiento social y son los que más daño le han hecho
al país, y a pesar de ello, no son señalados ni rechazados socialmente. Ese
tipo de delincuentes encuentra su hábitat natural entre los empresarios y entre
los funcionarios públicos. Los
empresarios que actúan de manera ilícita generalmente tienen nexos con las
autoridades, que les proporcionan protección y apoyo, hasta el día que caen de
la gracia de la casta del Olimpo mexicano y entonces van a la cárcel, como es
el caso de Gastón Azcárraga, el célebre mexicano que logró ganar millones de
dólares a cambio de la quiebra de mexicana de aviación.
Pero el tema de hoy no son esos mexicanos
que desde el sector privado (y el social) practican la rapiña sobre nuestra
sociedad. El tema son los gobernantes y
funcionarios, esos que amparados en la falta de transparencia, en la nula
cultura de la legalidad, en la filosofía de que ¨el que no tranza no avanza¨,
hacen pingües negocios con el dinero que deben administrar y cada período de
tres, cuatro, seis años, etc., se vuelven más ricos.
Me llama la atención observar como
aquéllos que han medrado en el sector público, son cada vez más y más ricos,
mientras el resto de los mexicanos cada vez disponemos de menos recursos para
nuestro bienestar. En México un
funcionario público es bien visto, se hace antesala para ser atendido por él,
se pierden millones de horas/hombre en eventos y discursos que no sirven para nada,
salvo para demostrar el poder de acarreo (convocatoria le llaman), y a los
acarreados se les mira con categoría de reses o borregos, que supuestamente
harán (y votarán) lo que les diga su
respectivo líder (pastor).
México está enfermo de corrupción, de
abuso por parte de sus clases dirigentes, de hambre generada por el saqueo
generalizado, de sufrimiento evitable si la ambición de esos delincuentes fuera
patriotismo. Cada uno de esos
funcionarios que medra con el dinero del pueblo es un traidor a la patria, y
según la constitución, merece la pena de muerte, sin embargo, cuando llegan a
un café, o a un lugar público, son polo de atracción, son invitados a dictar
conferencias magistrales, son aplaudidos, por un pueblo de México convertido en
vasallo y siervo de los grandes señores saqueadores.
Llegan a un puestecito y comienzan con el
diezmo (20% mínimo últimamente), se aumentan los sueldos, se otorgan
prestaciones de millonarios cuando hay a su alrededor hambre y enfermedad.
Crean sus comercializadoras, sus constructoras, sus empresas para ser sus
propios proveedores, y así obtener no sólo su diezmo sino también las
utilidades generadas por el gasto público, y no conformes con ello, realizan
obras de mala calidad, usan sus gastos de representación para darse vida de
millonarios, viajan en primera clase, rescatan sus quebradas empresas, y tienen
la gran preocupación de que el tiempo en su puesto se acaba, y no han robado lo
suficiente, así que se apuran a seguir saqueando, sin el mínimo escrúpulo. Lo mismo los vemos con camionetas y carros
de lujo, que con ranchos, casas y propiedades por todos lados, acá y allá en
Houston, Mc Allen, etc., Con guaruras, criando animales exóticos, igualito que
los grandes narcotraficantes, pero con la gran diferencia de que mientras a los
narcos los persiguen y los señalan como causantes de todos los males en el
país, ellos son reconocidos como los grandes benefactores, cuando puestos en
una balanza seguramente los malos funcionarios le han hecho más daño al país.
Lo peor es que las redes de complicidad, y
la telaraña de corrupción penetran todos los estratos sociales. Así vemos a
personajes que no han ocupado un puesto público pero que han sido
prestanombres, o que encontraron el ¨negocio¨ ilícito de su vida, enriquecerse
de la noche a la mañana. Mientras que el 55% de la población del país, más de
60 millones de personas, pasan hambre, no tienen esperanza para un futuro
mejor, no reciben los apoyos que los funcionarios desvían para su beneficio
personal, y por ello, son desgraciados desde su nacimiento hasta su muerte.
Sesenta millones de hermanos mexicanos que
podrían tener una mejor vida, dañados por no más de cinco millones de
mexicanos, que abusan y explotan al resto, considerándolos menos que animales,
pues incluso por el sufrimiento de un animal se conduelen, pero no por el de
sus compatriotas.
México no merece un sistema político y
económico tan corrupto. Los mexicanos sí lo merecemos porque lo
permitimos. Muchos deben ser excusados
de la culpa, pues su ignorancia les impide ver lo que sucede. Pero aquéllos que sabemos y conocemos lo que
pasa, somos cómplices por omisión. Dios
nos perdone.
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